“Lo que sueño es un arte de equilibrio, de pureza, de tranquilidad, sin tema inquietante, que sea para todo trabajador cerebral, para el hombre de negocios como para el literato, por ejemplo, un lenitivo, un calmante, algo parecido a un buen sillón que le descanse de su fatiga”.
Matisse, 1918
Busca su propio estilo en el collage como base, hundiendo sus raíces con matices pictóricos. Pero desde el momento en que está en su camino, ya no sufre la menor desviación y no hace más que avanzar y desarrollarse.
Su deuda con Matisse no puede ser negada; pero el automatismo pictórico y alegre nos aproxima al enfoque neofigurativo informal de la actualidad, pasando por aquellas composiciones inusuales que Paul Klee dejó poéticamente en sus “ cuadernos de viaje” por el norte de Africa. De la misma manera, es en la obra de David donde podemos contemplar el prodigio de la imaginación introducida en la luz y el color de sus recortes gráficos.
Esto no impide que su luz y color sean bien suyos y que si, como sus antecesores, es un pintor de la felicidad, lo sea de un modo que no comparte con nadie.
A David no le importa crear escenas, paisajes , interiores o bodegones. Sin embargo, no sólo busca en la naturaleza el placer de la mirada: se deja inundar por el azul del cielo hasta el fondo de su alma.
La expresión de sus sensaciones es directa, aguda, algo impaciente, y ante todo las expresa por el color. Un color que exalta, refuerza, extiende, recorta y modifica si es preciso hasta que alcanza la sonoridad de un fulgor chispeante o de una finura animada.
En sus collages puede ser estridente; pero nunca agresivo ni vulgar; los signos distintivos de su arte siguen siendo siempre la amabilidad y el encanto.
Si tiene en cuenta la luz propia de los lugares que nos muestra, le gusta demasiado la precisión de los colores para dejar que no se enturbien por otra serie de agentes que confundan su propia impronta.
En general, el aire en su arte es cristalino, el mundo es lozano como si acabara de surgir o como si una pulcritud terminase de lavar toda posible suciedad o polvo. Las composiciones acusan esta expresión.
Ágil, ligero, vivo, nunca busca definir los objetos de modo que resulten petrificados en una forma estática y pesada. Sin embargo, si cada elemento es elíptico al extremo, si pone en vecindad las “espirituales” abreviaciones con los signos inventados, es limpio, lleno de nervio y de carácter.
Sigue siendo evocador incluso cuando parece solamente una fragosidad esquemática.
Por lo demás, creando sólo formas abiertas, el autor hace surgir a los espacios y a los objetos de su aislamiento, para hacerlos permeables a lo que les rodea. Al mismo tiempo, se abre la posibilidad de tratar distintas veces sin caer en lo monótono.
Pinta series temáticas, pero cada obra es concebida con tanta libertad, es ejecutada con una elocuencia tan impetuosa que surge como invención única y como el efecto de una regocijante sorpresa.
“El arte de David Sancho posee una gracia tan alada que, al primer contacto, puede parecer ligero, incluso fácil.
En realidad, esta gracia es una conquista y el creativo no improvisó su estilo de repente”
Escrito para “ Cuaderno Marroquí”
Jaime Rodríguez -2011