La obra de David Sancho no nos deja indiferente y la razón es muy simple. Cuando un artista plástico se enfrenta a su trabajo con la pasión y la disciplina que se refleja en su pintura de forma tan explícita, los resultados vibran y excitan, al igual que su paleta cromática, llena de color y movimiento. Deudor del lenguaje expresionista, sus gustos se hacen patentes a través de trabajos tan laureados como los de Willem De Kooning y Alfonso Albacete, síntesis y antítesis de su labor pictórica, pues Sancho cuenta con su propio dialecto artístico.
La importancia del color no contrarresta el empuje de la forma y el contenido, tres nociones que, aunque unidas como un todo, tienen entidad propia. Así, vemos más interesante invertir los conceptos y comenzar con su temática, propia de un devorador visual del entorno real. Gracias a una serie de dispositivos personales, como la conjunción de su propia experiencia, una mirada insaciable y unos recuerdos inalterables, crea una obra donde los bodegones y los paisajes acaparan la mayor parte de su producción. Aunque el elemento humano no abunda, si muestra interés por su presencia, una presencia anónima que normalmente se minimiza con la representación del paisaje, donde la figura de una persona se puede disipar entre la grandiosidad de las arboledas y los monumentos. Señalemos la notable aparición en su trabajo de los espacios fúnebres y sus populares símbolos, iconografía conocida como inquietante y oscura, pero concebida desde una perspectiva de agrado, armonía y paz.
Cuando hablamos de la forma, involuntariamente hablamos del color, pues forma y color se unen en el lenguaje del pintor. La concordancia sensorial es tal, que acaban convirtiéndose en los límites físicos de la obra de Sancho. Su carácter intuitivo le beneficia a la hora de percibir las dimensiones y los planos, moldeando la obra en múltiples trazos. Aunque parezca un galimatías cromático plasmado sobre una superficie plana, el cuadro cuenta con un equilibrio constante de elementos y colores delicadamente estudiados, donde la tonalidad y las partes se sistematizan para nuestra contemplación pictórica. De esta forma, los valores formales de su pintura crean un eje simple donde la profusión de la línea horizontal equilibra la verticalidad a veces producida por las dobles miradas de los reflejos acuáticos.
Su inquietud y expectación llegan a tal extremo que el destino perceptible de un cuadro puede cambiar de inmediato aportándole una nueva personalidad e incluso un nuevo argumento. La fusión y confusión de pinceladas y colores se funden en otra obra sin abandonar el soporte original, ya sea tabla o lienzo, fusionando dos cuadros o inspiraciones en un estudiado resultado final. Señalemos que dentro de su trabajo se pueden observar ciertas llamadas de atención al espectador, especies de signos o dibujos donde nuestros ojos se detienen inconscientemente y nuestra mente reflexiona cuando dan con ellos. Un uso puntual, exquisito e inteligente del difícil color blanco y la utilización de la madera como un tono más dentro de su labor artística, hacen del trabajo de David Sancho un juego constante de la idea de lo acabado y lo inacabado, llegando a ser una experiencia visual ciertamente acertada a través del hábil y diestro uso de los expresivos colores.
Noelia García Bandera
Historiadora del Arte